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viernes, 11 de noviembre de 2016

Reseña Nº 117: La máquina de imaginar cosas

La máquina de imaginar cosas 


Marcelo Simonetti
Cristian Turdera
Penguin Random House
Beascoa
32 páginas
Infantil

El escritor Chileno Marcelo Simonetti junto al ilustrador y diseñador Argentino Cristian Turdera publican este maravilloso cuento infantil que rescata el valor y el poder de la imaginación de los niños. Dirigido a un público infantil, el libro no resulta un desafío fácil para los lectores adultos, quienes deberán recurrir a su niño interior para poder descifrar el mensaje de esta preciosa historia.

Juan es un niño que tiene un curioso pasado familiar, al abuelo de su abuelo, le gustaba enterrar cosas alrededor de su casa. Y los hijos, las generaciones siguientes, han desenterrado tesoros fantásticos:

"Habían encontrado: las rayas de un tigre, los anteojos de un cíclope, el diccionario de una muñeca rusa, un pedazo de arco iris, dos plumas del ave fénix". 

Estos singulares descubrimientos, encendieron en todos ellos la curiosidad y la esperanza de encontrar algo más grande, ya que aquellas cosas podían ser vestigios de un gran y fantástico tesoro. 


Juan es un niño muy imaginativo, que disfruta visitando la casa del abuelo de su abuelo, se siente realmente vivo rememorando aquellas historias. Pero el tiempo pasa y la inevitable adultez llega cargada de responsabilidades, las cuales copan la mente de Juan, haciéndole perder lentamente la luz de la imaginación que vivía dentro de él, volviéndolo un ser rutinario y gris.

"Pero su imaginación es un páramo, un yermo, un sótano triste. Ya no imagina como antes. El trajín de la ciudad ha terminado por vaciarla".



¿Podrá Juan recuperar su capacidad de imaginar? Quizá los recuerdos de su infancia y el tesoro del abuelo de su abuelo sean su única esperanza.

Al ser un cuento infantil, el autor utilizó un texto muy reducido, los niños no necesitan de arduas descripciones para poder ir dando forma a una historia en su cabeza. Tanto Marcelo como Cristian apelan a la capacidad perceptiva y a las emociones de los niños, cada palabra está perfectamente calculada, evita las ideas directas, apoyándose en la aptitud imaginativa de los pequeños lectores, por lo que el libro está lleno de frases que estimulan los sentidos e invita a percibir olores, colores y sonidos. 

El protagonista constantemente evoca recuerdos del pasado, el paso del tiempo es fundamental en la historia. En la primera parte cuando es un niño, son los recuerdos de las historias que contaban sobre el abuelo de su abuelo lo que lo estimula a cerrar los ojos e imaginar; hay algo en un pasado no tan lejano, recuerdos que mantienen viva su capacidad de asombro. Luego, cuando ya es adulto, ese recuerdo se vuelve más lejano, más distante en el tiempo, casi desapareciendo, lo que ha ido causando proporcionalmente la perdida de su capacidad de imaginar cosas. 
Por medio de indicadores visuales tan simples como el largo de hierba o el deterioro de algún objeto, el autor va marcando el paso del tiempo de forma visual, sin definirlo por años, sin fechas, no lo limita a mediciones temporales, dejando que la imaginación del lector trabaje. 


La transición entre niñez y adultez, es bastante drástica, marca un antes y un después que queda grabado en la mente del lector, es un contraste muy bien logrado, ideal para comparar los días coloridos en que Juan podía imaginar, con lo grises días rutinarios de empleado adulto. En el momento en que Juan acude a viejos recuerdos es cuando se produce el giro de la historia, en donde el hombre adulto incapaz de volver al pasado, comienza a transformarse, se produce la fusión de una lógica adulta con la imaginación infantil perdida; es un pasaje que el autor describe con metáforas preciosas. Eso da paso a ciertos hechos que generan el punto de inflexión del cuento y despierta la curiosidad en el lector para que descubra por sus propios medios el tan anhelado final de la historia. 

Las ilustraciones cumplen un papel fundamental en el libro. El texto es muy reducido y es desplazado hacia las esquinas de las páginas, dejando que las imágenes sean las protagonistas. Hay una unión de fuerzas entre texto e imágenes, se complementan, cuentan la historia en conjunto. Las palabras vienen cargadas de fuerza y un simbolismo muy concentrado, por lo que para equilibrar la participación, las imágenes cuentan con más espacio para desenvolverse. A través de ellas el ilustrador juega con los colores. Donde hay vida e imaginación los colores se acentúan, en contraposición con los tonos más apagados donde hay olvido y monotonía. Los detalles de cada una de ellas son muy importantes, hay que dedicar tiempo y detenerse a mirarlas para captar todas sus particularidades, porque una parte del cuento es contada por ellas, son la extensión del texto, amplifican el mensaje. 
Hay una proliferación de figuras humanas que manifiestan la presencia de un mundo interior y otro exterior que no es más que el reflejo del primero. 


Al principio de la reseña comenté que este libro es un desafío para adultos, parece de lectura rápida, pero no lo es, hay que dedicar tiempo para comprender cada palabra y cada detalle de las imágenes. Los niños podrían pasar horas mirando cada página al igual que un adulto, pero para ellos es más fácil, tienen intacta su capacidad para imaginar. A mí personalmente me costó mucho dejarme llevar por la imaginación, mi niño interior está algo apagado, el texto en sí pone a prueba esa aptitud y ayuda a evaluar en un persona adulta el estado de su capacidad imaginativa. 

En este libro tanto Marcelo con sus letras y Cristian con sus ilustraciones logran ponerse en sintonía con los más pequeños. Y de paso, invitan a los adultos a ponerse en contacto con su niño interior.

Muchas gracias a Penguin Random House Chile por el envío del ejemplar




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